01-03-2022
Texto por Matías Guerrero
La conservación de la naturaleza es un desafío cada vez más latente ante la crisis socioambiental global. Poco a poco vemos cómo la sociedad actual comienza a configurarse en torno a un en-torno restrictivo, donde el cuidado de aquellos “recursos naturales infinitos” se visibilizan como una limitante de nuestro quehacer y bienestar. Es el caso […]
La conservación de la naturaleza es un desafío cada vez más latente ante la crisis socioambiental global. Poco a poco vemos cómo la sociedad actual comienza a configurarse en torno a un en-torno restrictivo, donde el cuidado de aquellos “recursos naturales infinitos” se visibilizan como una limitante de nuestro quehacer y bienestar. Es el caso de la megasequía que afecta a Chile central, explicado en parte por el mal manejo de cuencas y afluentes, y que termina por, literalmente, extinguirlos. Ante aquello, es urgente entender que los desafíos nuevos sobre conservación requieren de perspectivas novedosas.
Lo anterior no solo genera presiones desde el punto de vista técnico, sino que también nos impulsa a entender a los ecosistemas y su conservación desde una perspectiva diferente a la que normalmente lo hemos hecho. Ello implica comprender que los variados ecosistemas no son meros “recursos naturales”ni bolsas de materia y energía. En cambio, se trata de elementos simbólicos, historias y territorialidades (más que territorios). En definitiva, son sistemas socioecológicos como resultado de una historia socialmente construida con comunidades locales a lo largo de centenas, sino miles de años.
Estos grupos sociales son centrales y estratégicos, ya que se ubican usualmente en la frontera de la conservación: están entre ecosistemas relativamente bien conservados y el uso (o a veces abuso) de la naturaleza.
Comprender las territorialidades desde aproximaciones inter y transdiciplinarias resulta un desafío urgente para la investigación científica. © Benjamín Silva
Ontoepistemologías: una forma alternativa de hacer conservación
Cuando los ecosistemas pasan de ser sistemas donde solo ocurren flujos de materia y energía, a ser un conjunto de elementos socialmente construidos con comunidades locales e indígenas, nos presentan un primer desafío para su conservación: el ontoepistemológico. En primera instancia, este desafío ha sido reconocido a nivel metodológico por las ciencias ambientales en general. Por ejemplo, las nuevas metodologías enfocadas en los servicios ecosistémicos y su nueva etiqueta, las contribuciones de la naturaleza a las personas, han despertado en distintos actores el interés por incorporar aspectos socioculturales de la relación entre humanos y naturaleza.
Sin embargo, este asunto va más allá de un aspecto meramente metodológico, y pasa a estar ligado a cómo los grupos sociales locales conocen el mundo (desafío epistemológico) o derechamente, a la forma en cómo ven o conciben el mundo (desafío ontológico). Este punto carece, definitivamente, de un abordaje satisfactorio desde la conservación.
Muchas de las comunidades locales se aproximan a la naturaleza de forma diferente a la mirada epistemológica y ontológica de las ciencias ambientales.
Las ciencias ambientales, en cuanto a su formación académica, no han incorporado una reflexión a este nivel por su herencia eminentemente positivista y post-positivista, centrada en entender su objeto de estudio como algo capaz de abstraerse de la realidad, mediante la reducción de sus partes a los componentes más mínimos para entender el todo. Así también, la formación académica de científicas y científicos dedicados a las ciencias ambientales carece de elementos que permitan desafiar con alternativas la epistemología positivista y post-positivista de las ciencias ambientales.
¿Por qué es necesario integrar estas miradas alternativas? Porque muchas de las comunidades locales se aproximan a la naturaleza de forma diferente a la mirada epistemológica y ontológica de las ciencias ambientales. Entender aquello permitirá aplicar medidas de conservación y manejo más atingentes a los territorios en que se está intentando generar un cambio. Por ejemplo, ¿cómo los agentes de conservación pueden trabajar con una comunidad indígena que no posee el concepto tradicional que entendemos por “naturaleza”? Aquella definición viene cargada de una significación eminentemente occidental euro-centrista ¿Cómo entonces las ciencias ambientales podrían lidiar con los “ngen” del bosque, espíritus o dueños de la naturaleza con caracteres antropomorfos, fitomorfos o zoomorfos[1]? Estas preguntas pueden ser difíciles de abordar si no se incorporan a la discusión los elementos ontoepistemológicos necesarios.
La puesta en crisis de la institución
Lo anterior impacta directamente en lo que puede ser un segundo desafío: la práctica científica. Cuando entendemos que existen formas diversas de conocer y concebir el mundo, se requiere de un trabajo eminentemente inter y transdisciplinario. Esto presiona a la estructura tradicional que utilizan las ciencias ambientales para avanzar en la solución a problemáticas ambientales. Por ejemplo, en Chile recién desde el año 2020 se crea en la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo ANID (ex CONICYT) un grupo de evaluación en interdisciplina y transdisciplina para financiar proyectos que realicen investigación en temas ubicados en la frontera entre ciencias ambientales y ciencias sociales. Su repercusión sobre cómo abordar problemáticas socioambientales recién se conocerán en años por venir. Así también, el desafío de la práctica científica se expresa en la incapacidad de la academia nacional por entender y evaluar proyectos eminentemente inter y transdisciplinarios. Un importante grupo de académicos y académicas de las más prestigiosas universidades de Chile carecen de una formación de este tipo, por lo que muchos estudiantes padecen de la miopía teórica de quienes parecieran intentar formarlos.
De igual forma, no existen programas de pre y postgrado inter y transdisciplinarios capaces de abordar problemáticas socioambientales que indaguen en temáticas relacionadas a la conservación en conjunto a comunidades locales.
Cualquier acción de conservación debe ir de la mano de los conocimientos y saberes de las comunidades que históricamente han ocupado y transitado por esos territorios. © Matías Guerrero
Colaborar, pero desde la humildad
Hay un primer mandamiento básico para intentar superar este desafío: la humildad, aspecto bastante escurridizo de encontrar en la academia. Entender que, desde la disciplinariedad no es posible obtener una visión holística de los procesos socioecológicos, implica concebir nuestros propios conocimientos y prácticas científicas como insuficientes para entender la conjunción entre conocimientos locales y la naturaleza por sí solos. Para ello, la colaboración genuina y real es la herramienta más poderosa de la humildad en este contexto.
Es solo a través de este ejercicio inter y transdisciplinario, reconociendo nuestros propios límites mediante la humildad, que podremos abordar poderosamente un tercer desafío: el de la gobernanza y política pública. Una vez comprendidas aquellas prácticas que desenvuelven las múltiples comunidades locales o indígenas en la frontera socioecológica de la conservación, podremos traducir aquellos conocimientos en acciones políticas. Este desafío es tan necesario como el primer y segundo desafío.
El cuidado de los ecosistemas cordilleranos pasa por hacerse cargo de las diferentes formas de ver y comprender la naturaleza de los diversos actores, tantos conservacionistas como locales. © Benjamín Silva
Diálogos entre disciplinas en la Cordillera central
Esta perspectiva alternativa poco a poco la comenzamos a implementar en un proyecto de restauración ecológica en el Cajón del Maipo, en la zona central de Chile. Junto a la ONG Kintu (en formación), desarrollamos investigación ligada a la sucesión del bosque esclerófilo en el sector de Cascada de las Ánimas, postulando a la reintroducción del guanaco como una pieza faltante en ese ecosistema. En cuanto al primer desafío, el trabajo con arrieros y ganaderos nos hizo darnos cuenta de estas otras formas de habitar la cordillera, de percibir el ambiente, de territorializar. Para profundizar en estos conocimientos, se requiere de investigación interdisciplinaria que permita entender cómo el “habitar arriero o ganadero” puede dialogar con la reintroducción de una especie como el guanaco, que actualmente está desaparecida en la cordillera donde ellos llevan su ganado.
En cuanto al segundo desafío, intentamos juntar, mediante la humildad, a científicas y científicos con ganas de colaborar en un proyecto en el que sabremos que nuestras disciplinas no son suficientes por sí solas, pero que integradas permitirán entender la configuración socioecológica de la cordillera de Chile central. Así también, luchamos por financiar nuestro proyecto principalmente a través de fondos internacionales, dado que en Chile prácticamente no existe financiamiento para plantear un proyecto interdisciplinario.
Recién comenzamos a entender la punta del iceberg de un territorio con fuertes intereses extractivistas. Ese es el tercer desafío. Aquí, es necesario trabajar políticamente con organizaciones locales y áreas protegidas privadas que tengan un interés por incrementar el impacto en conservación y hacer de ello una realidad para la localidad.
El bosque esclerófilo y las montañas de la cordillera del Chile central son el sitio donde Fundación Kintu busca activar una conservación donde ciencia y saber local pueden dialogar. © Benjamín Silva
Transformar desde una territorialidad
La Doctora y científica María Belén Gallardo declaró en el pasado Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia que “espero que la ciencia se transforme en activismo”. Su frase resume el motor más íntimo de la conservación: la acción para la transformación. Las políticas públicas deben reconocer las visiones propias de las comunidades locales y generar acciones acordes a su contexto socioecológico hacia la sustentabilidad. Esto no tiene relación con entender a las comunidades locales como “salvajes nobles”, sino más bien, de hacer un ejercicio ontoepistemológico de incorporar y co-producir información con aquellas comunidades que se han relacionado por años en los lugares donde desarrollan su habitar. Lo anterior también implica reconocer el aspecto político de muchas problemáticas socioambientales, en las que comunidades locales solo pueden ocupar el sitial de la observación mientras grandes industrias y corporaciones arriban a sus territorios para generar degradación ambiental.
Actualmente estamos en un momento histórico como país para abrir la posibilidad de cambiar aquellas dinámicas de degradación ambiental que se han mantenido impunes en diversos territorios de comunidades locales e indígenas desde la implementación de la constitución ultraneoliberal en la dictadura cívico-militar en los 80. Sin embargo, tampoco debemos ser miopes a aquellos cambios que deben surgir en la dinámica propia del quehacer científico para avanzar verdaderamente en las soluciones que el país y el planeta requieren, posibilitando la creación de alianzas entre las comunidades locales y la conservación. Será este camino el que, en última instancia, nos permitirá superar la eminente y contingente crisis ambiental global.
[1] Villagrán, C. y Videla M. 2018. El mito del origen en la cosmovisión mapuche de la naturaleza: una reflexión en torno a las imágenes de filu – filoko – piru. Magallania.
Imagen de portada: La convivencia y colaboración entre actores locales, como los arrieros y ganaderos, y la investigación científica, son fundamentales para generar una transformación profunda en la conservación de los ecosistemas de la cordillera Central. © Paula López W.
FUENTE: ENDEMICO